Réginald
Garrigou-Lagrange O. P. (n. Auch, Francia el 21 de febrero de 1877 † Roma el 15
de febrero de 1964) fue un dominico francés, filósofo y teólogo.
Después
de estudiar Humanidades en La Roche-sur-Yon (Vendée), en Nantes y en Tarbes,
eligió la carrera de medicina. En 1897, mientras cursaba en Burdeos, leyó el
libro L’Homme de Ernest Hello, que impulsó
la decisión fundamental de su vida: abrazar el estado religioso. Novicio
dominico en Amiens, el p. Ambroise Gardeil lo orientó hacia el tomismo, y para
perfeccionar su formación intelectual lo envió a la Sorbona. Más tarde viajó a
Viena, frecuentó algunos meses la Universidad de Friburgo –donde conoció al p. Norberto
del Prado, teólogo que lo impresionó profundamente– y en 1905 entró a formar
parte del equipo de profesores de Le Saulchoir.
En
1909, al abrirse el Angelicum, compartió con el p. Arintero la cátedra de teología
fundamental, explicando el tratado De
revelatione. Pasó más tarde a la cátedra de teología dogmática, dio cursos
sobre la Metafísica de Aristóteles y
escribió diversos libros. Consagró 50 años a clases y publicaciones, alternando
los trabajos profesorales con el servicio a la Santa Sede en calidad de teólogo
y con el ministerio pastoral. Se retiró de la actividad académica en 1960 y
murió el 15 de febrero de 1964 en Roma.
Su
obra escrita abarca cuatro extensas áreas: apologética, filosofía, teología
dogmática y espiritualidad.
Donde
más destacó fue en el campo de la espiritualidad. En 1909 leyó La evolución mística de Arintero, que
ejerció en Garrigou-Lagrange un gran influjo. Él mismo lo declara: “Tuvo en mí gran influencia y me
aclaró importantes puntos, que traté de exponer en seguida según la doctrina de
Santo Tomás”. En 1917 abrió una cátedra de ascética y mística, la primera
de esta disciplina en una facultad eclesiástica y la última que abandonará, en
1960.
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En
Las conversiones del alma el autor
explica con lenguaje accesible la importancia de mantener el estado de gracia,
empezando por una primera conversión, que hace salir al alma del estado de
pecado mortal. A partir de aquí, la vida espiritual se ha de ir desarrollando
como la del cuerpo, pasando por etapas que requieren otras tantas conversiones,
cuyo resultado es la plena madurez.
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